El turismo religioso es una herramienta más que eficiente para la distribución de la renta y, por su capacidad inclusiva, atenúa la pobreza y mejora la calidad de vida de todos.
Durante el periodo 1946 – 1955 el turismo nacional, acompañando las políticas de industrialización y sustitución de importaciones produjo, como consecuencia directa, el mayor proceso de distribución equitativa de la riqueza nunca antes vivido por nuestro país, aumentando la calidad y la cantidad de empleos, reduciendo la pobreza y consolidando una cultura del descanso turístico para las clases trabajadoras que no iba a perder en los 50 años subsiguientes.

Distintos escenarios
Por otro lado sabemos que los escenarios económicos han contribuido a la expulsión de pobladores del ámbito rural a las ciudades en las que se concentró el mayor nivel de actividades.
La crisis de la producción del campo y la disminución de los valores de los productos motivó el abandono de las tareas rurales, en la búsqueda de mejoras en las condiciones de vida, ante el progresivo deterioro de la economía de subsistencia y la imposibilidad de dar respuestas a las necesidades básicas desde los sistemas productivos tradicionales de la población rural.
Es importante entender que los grupos familiares del interior profundo de Argentina desean permanecer en sus lugares, entonces desarrollando el destino de turismo religioso se evita el desarraigo.
¿Por qué desde el turismo religioso?
Porque en todo pueblo hay un templo que es fiel reflejo de la realidad de ese lugar, es testigo eterno de su historia. Los sitios del patrimonio religioso no sólo impulsan el crecimiento económico, sino que ofrecen un lugar de encuentro para visitantes y comunidades receptoras y contribuyen de manera vital a la tolerancia, al respeto y al entendimiento entre diferentes culturas. El turismo religioso, claramente, es la forma más segura y fácil para generar ingresos genuinos en las provincias argentinas.